Se
acerca inexorable
la
puerta,
la
salida,
el
final de una era,
cuando
dejes de darle cuerda a este reloj.
Ese
momento
en
el que un recuerdo se diluye
expulsado
a modo de suspiro
perdiéndose
en el viento
como
un susurro inaudible.
De
tanto buscarle el sentido,
acabamos
por perdernos las cosquillas.
Era
solo una piedra más en su historia
pero
a fuerza de darle patadas
acabó
cargando con ella el resto del camino.
Encontramos
que
no nos dejábamos de encontrar
y
por instinto
insistimos
en seguir hacia delante
y
no volver la vista atrás.
Siempre
era afable, mas cuando su mente volvía a ciertos recuerdos, se
oscurecía como si hubieran vertido en su alma café negro.
Nada
le paralizaba más,
que
tener miles de puertas abiertas
y
ninguna por la que poder escapar.
Se
había quedado bloqueado
como
un escritor de éxito
ante
el síndrome del papel en blanco
que
le ha quedado entre líneas.
Había
sufrido tanto
que
siempre quería de menos
en
defensa propia.
Esos
días en los que el tiempo se vuelve una fina capa de oro en polvo y
no puedes evitar que el viento se lleve trozos.
Cada
año examinaba su pasado buscando una mentira que hubiera dado por
buena.
Aprendía
lo que podía.
Asumía
sus consecuencias.
Pese
a lo medible del tiempo,
hay
días en que todo parece quedar demasiado lejos.
Llegabas
y te ibas,
para
no malacostumbrarnos,
antes
de cumplirse los 21 días.
Hace tiempo que puse... pic.twitter.com/uWci9IoZDx— Microescritos (@Franicie) 24 de abril de 2016