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lunes, 31 de octubre de 2016

#Microcuentos del 16 al 31 de octubre de 2016


Por muy cínica que sea la capa que nos protege, nunca estamos a salvo de ciertos flechazos emocionales.

El error está, quizá, en buscar a aquella persona que sea nuestra debilidad, en vez de a una que potencie nuestras fortalezas.

Cuando sabes el punto en el que estás perdido,
merece la pena perderse un poco más, 
cruzar alguna frontera,
volver a empezar.

Le regaló la luna creciente, para que ella pudiera rellenar el hueco que faltaba.
Así la vería llena cada noche de su vida.

En sus ojos había señales de alarma como para no acercarse a ese incendio. 
Los demás huían.
Yo necesitaba alcanzar esa llama.

Toda vuelta al principio
implica un viaje al pasado
en el que ya no eres el mismo
porque el tiempo
te ha cambiado.

Escribir con parte de tu piel,
ahogarte en tu propia tinta,
escupir el veneno restante
y volver a coger la pluma otra vez.

Hasta encontrarte,
tú eras,
mi huida hacia adelante.

Tenía el corazón atrapado en el tiempo,
ajeno a los cambios,
encontrando siempre espejos al pasado,
a aquel momento exacto.

Que todos ven
la amplitud de tu sonrisa
y pocos se fijan
en la curvatura justo después,
la de tu tristeza.
La que hay que combatir.

El amor viene y va.
Y no sé si me encuentro en el momento de salir a encontrarlo
o de que me venga a buscar.

Todo trata sobre esperar en esta vida.
Y que lo que hagamos con ese tiempo extra, determinará el cómo y el qué acabemos logrando.

De tanto quemarnos con la mirada
tuvimos que buscar nuevos puentes.
Y nos quedamos sin mecha
tratando de llegar al siguiente.

La elocuente hora, que el otoño nos robaba, rodeando todo de oscuridad, hacia un invierno que solo rescataría nuestra primavera.

Hay algunos libros, canciones, sabores... que se abren paso a tu corazón derribando todo lo conocido.
Y a veces es una persona.

No eran los monstruos bajo la cama,
los fantasmas del pasado,
la perpetua oscuridad,
ni la soledad acompañada.
Ella tenía miedo de los puntos suspensivos
que nunca se cerraban...

sábado, 15 de octubre de 2016

#Microcuentos del 1 al 15 de octubre de 2016



Me observaba como se miran los libros en una vieja estantería llena de polvo.
Como si aún susurrasen versos a mi oído: quédate.

Solo era feliz cuando experimentaba la sensación de sentirse libre tras la huida.
Pero para eso antes tenía que dejarse atrapar.

Ciertas personas no se pueden quedar en nuestra vida y solo pasan para recordarnos qué debemos seguir buscando.
Sin rendirnos.

Al final buscamos la calma,
pero no cualquiera vale,
sin corrientes de viento,
estar varado
puede ser la peor de las tormentas.

El talón de Aquiles.
La espalda de Sigfrido.
El pelo de Sansón.
Tu mirada y yo.

En noches así
fingiremos ser el paracaídas del otro
porque el descenso puede ser compartido
pero el golpe lo recibimos solos.

Fue así, perfecto.
El tiempo que aguantamos antes de que el tsunami del tiempo nos arrastrara.

Tenía miedo de las personas demasiado profundas porque nunca sabía lo que podrían esconder en sus abismos personales.

Lo malo de verte en ciertos recuerdos
es que no puedo cambiarlos
por unas palabras distintas,
un abrazo a tiempo,
una despedida.

Para ser la mejor
tendrás que saber escribir cosas alegres incluso cuando estés triste.
Y con escribir,
me refiero a vivir.

Quiero ver tus chanclas volando en la distancia,
porque nos hemos perdido,
huyendo lejos de todo,
cerca del mar,
cerca de ti.

Lo que le hacía ser ella misma,
le mantenía escondido de los demás.
Hasta que la encontró a alguien que "la llevaba" al escondite.

Pese a que el reloj grabado en el medallón marcaba una hora y un minuto concreto, la conexión con la persona que se lo regaló, sobrevivía al tiempo.

Aparecieron sentimientos que solo habían existido con una persona concreta de su pasado.
Deja vú emocional.
Huir o dejarse llevar.

Lo más complejo de la melancolía es que no torne tristeza plena, llevándose todo el placer que podíamos encontrar en ella.