Hoy
quiero escribirte esta carta. Puede que sea una forma de conservar en
una bola de nieve nuestra historia. Que aunque el tiempo pase, solo
nevará si alguien intenta agitar el recipiente que contiene nuestros
recuerdos. Pero seguirán intactos en esa esfera de cristal.
Me
resulta tan complicado escribir sobre algo que ya no existe. Nunca
pretendimos ser nada, solamente nos queríamos y eso bastaba. Así
era la doble cara de la moneda: lo nuestro era puro, pero a la vez se
hundiría cuando uno dejase de amar.
Pero
nos quisimos, limamos nuestras personalidades y aprendimos cosas que
únicamente nosotros podíamos enseñar. Por ello, siempre llevaremos
una parte del otro dentro, tan dentro, que dudo que ya sepamos qué
conseguimos por nuestra cuenta y qué nos regalamos mutuamente.
Y
es que en el fondo, nos dimos todo lo que pudimos hasta quedarnos sin
aire. Y cuando quisimos mirar hacia delante, la cercanía nos
ahogaba.
Quiero
pensar que las últimas semanas, cuando luchábamos por mantener a
toda costa estable nuestra relación, forman parte de un proceso.
Desde la última palabra que me gritaste mientras abandonaba nuestro
piso, hasta la primera vez que nuestras miradas se encontraron en
aquel caluroso mes de julio.
Todo
en esta vida acaba tarde o temprano. La diferencia, es que a veces la
historia continúa con un capítulo nuevo en el que sus protagonistas
se reinventan. Mientras que en otros, un desenlace triste, finaliza
un libro que el lector dictamina como breve. Pero a fin de cuentas
todo termina. Y yo no quiero arrancar las hojas finales de nuestra
obra, por muy odiados que se vuelvan sus personajes.
Simplemente
así fue, así es y así será. Mientras esta carta sobreviva al
tiempo.
Porque
ya descubrirás que no te puedes fiar ni de tus recuerdos.
Todo
esto sólo para decirte, que espero que me lleves con cariño. Que me
gustaría pensar que alguien, en algún momento, en algún lugar...
piensa en mí y sonríe.
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